Durante
años di una importancia capital al entrenamiento que hacía. Creía que cuantas
más horas y más duro fuera capaz de entrenar mejores resultados obtendría. Eran
tiempos en que las reglas de moda eran “no pain, no gain” (sin dolor no hay
ganancia), “the harder, the better” (cuánto más duro, mejor) o “the more, the better” (cuánto más,
mejor). Y durante un tiempo pareció funcionar.
Eran
tiempos en los que cada año dedicaba más horas y siempre mejoraba respecto al
anterior. Sin embargo, aquello no duró eternamente. Empezaron a llegar
temporadas en los que los resultados
parecieron estancarse e incluso llegó un momento en que empezaron a
declinar. Por más horas que entrenaba, los resultados no eran los esperados.
Aquello empezó a convertirse en una obsesión. Leí todos los
libros que pude encontrar para intentar hallar la razón que explicara ese
declive y, sobre todo, para revertirlo.
La
primera razón, y más obvia, que encontré fue la de la edad. Ya cerca de los
cuarenta, parecía evidente que mis prestaciones no podrían ser las mismas que
diez años antes. Sin embargo, esta explicación chocaba con dos realidades.
Primera, había decenas de deportistas de resistencia cuyas prestaciones máximas
se habían producido en edad avanzada y, segunda, yo tampoco tenía un historial
amplio, de muchos años, machacándome en entrenamientos y competiciones una
temporada tras otra. Era relativamente “virgen” en los deportes de resistencia
y mis lesiones habían sido mínimas. Entonces ¿qué estaba pasando?
Por
aquellos días, navegando por el Amazon (.com), encontré un libro llamado
“Training For Endurance” de un tal doctor Phil Maffetone. Sus ideas iban a
contracorriente de lo que en ese momento se divulgaba en los principales foros
de entrenamiento de triatlón, así que decidí darle una oportunidad. Sus
resultados venían avalados por dos grandes triatletas, Mark Allen y Mike Pigg,
y, aunque siempre he tenido muchas reservas sobre aplicar a triatletas
populares conclusiones extraídas del entrenamiento de los pro, pensé que tampoco
me vendría mal leer algo distinto de lo que en ese momento podía encontrar en
cualquier revista especializada.
El
libro abría con la frase “Train slower
to race faster”, algo así como entrena más suave para poder competir más rápido, y
desarrollaba toda una teoría sobre los beneficios del entrenamiento aeróbico
sobre el deportista de resistencia y las limitaciones con las que habría que
introducir el entrenamiento anaeróbico. Junto con eso, insistía en la
importancia del descanso para poder asimilar las cargas del entrenamiento. Todo
ello conducía a una planificación y un planteamiento de las semanas con mucho
menos volumen y mucho más suave.
Aunque
discrepaba de muchos de sus planteamientos, su teoría sobre la asimilación del
entrenamiento, la importancia del entrenamiento aeróbico, los riesgos del
anaeróbico y el papel central del
descanso me convenció. Así que allí me encontraba yo, el, hasta entonces,
rey de la calidad del entreno, de las series, los intervalos y las pirámides, y
buscador infatigable de fórmulas para sacar más horas de entreno de donde no
las tenía, convertido en el rey del entrenamiento aeróbico y el descanso,
quitando sesiones y más sesiones de lo planificado. Y funcionó…
Ya
desde hace años, mis planes de entrenamiento, ya sean para mi o para mis
amigos, incluyen al menos un día de descanso a la semana, un contraste de
sesiones más fuertes (PINK DAYS, lección 7) y sesiones más suaves (BLUE DAYS)
cada semana y una semana de recuperación cada tres o cuatro semanas de carga. Y
una idea general que dirige todo el entreno, ante la duda de si estamos asimilando las cargas de entrenamiento o
no, descansar. Prefiero triatletas
frescos en la línea de salida con menos horas de entreno, que triatletas
“tostados” por haberse pasado.
No
renuncies a conseguir un buen resultado porque creas que ya eres mayor. La edad
es un factor, pero no el único. La clave
es la asimilación y en eso tan importante es el entrenamiento que hagas
(las sesiones), como el que no (el descanso).
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