Allí, en la carpa médica, y tras dos chutes de suero, parece que revivo. Estoy tiritando y me aferro a una manta que un enfermero muy simpático me ha echado por encima. Con la visión aún borrosa, se acerca un triatleta que acaba de entrar en meta. Me pregunta si soy Jaime. Contesto, como puedo, que sí, que soy Jaime. Entonces, se arrodilla y me da un abrazo:
- Sólo quería que supieras que hoy estoy aquí por ti. Hace un año leí en Sportlife tu artículo sobre Embrun y me di cuenta que yo algún día también quería a ser IRONMAN. Gracias.
Y ahí quedó todo. No he vuelto a saber nada él, pero me causó una profunda impresión y supe que algún día llegaría a escribir estas Lecciones de IRONMAN. Tengo la necesidad vital de compartirlas. Si sacas algo positivo de todo lo que encuentres aquí, para mi habrá merecido la pena.
Os dejo aquel artículo que apareció en la revista Sportlife en Junio de 2009:
Pues, chicos, ya estamos de vuelta. ¡Qué experiencia!
¡Alucinante! Estoy todavía en una nube, como borracho de esta maravillosa
locura que se llama EMBRUNMAN.
Llegamos a los Alpes el martes después de un maratoniano
viaje de más de 12 horas. Allí nos estaba esperando Carlos Ramírez para hacer
de maestro de ceremonias y descubrirnos algunos secretos de esa prueba que él
conoce tan bien.
La climatología es cambiante y por el día hace calor pero
por la tarde se cubre y cae bastante agua y bajan las temperaturas. Las
previsiones para el viernes son contradictorias, así que vamos a tener que
preparar ropa por si hace frío o llueve.
Sin embargo, la noche del jueves no llueve, DILUVIA. Nos
levantamos antes de las cuatro de la mañana y está todo cubierto, el suelo está
muy mojado y no para de llover. Al llegar a boxes descubrimos las bicis caladas.
Coloco todo para las transiciones preocupando mucho de dejar la ropa protegida
para que no se moje cuando venga a por ella.
Me pongo el neopreno y voy a buscar a Ramírez para salir con
él pero no está en su box, así que me dirijo a la salida solito. Entre
franceses altísimos, fortísimos, me coloco yo, pequeñito, indefenso, me van a
dar hasta en el carnet. Falta un minuto para la salida, todavía es de noche,
voy a nadar a ciegas, pero mi preocupación es no castigarme en exceso porque el
día va a ser muy largo. Los ojos se me ponen vidriosos, esto es el EMBRUNMAN,
¡vamos, Jaime, coño!, ¡eres una puta máquina y estás aquí para demostrarlo!
En el agua sigo al rebaño, voy tranquilo quitando alguno de
los pasos de boya que son estrechos y hay hostias de sobra para todo el que
pase por allí. Pienso en positivo: si hay golpes es que va mucha gente, así que
muy mal no debo ir. Efectivamente salgo en mis tiempos : 1:09, sin haber ido a
tope (puesto 580 de 1.100).
Hago tranquilo la transición, maillot seco, manguitos y a
por la bici. De salida, el primer puerto. Voy fresco así que, aunque el puerto
es duro, no sufro demasiado. Allí paso a Ramírez y me da el último consejo:
“Aquí lo importante no es cómo se empieza, sino cómo se acaba”. Me lo grabo a
fuego y para adelante.
A pesar de que ha dejado de llover, tomo todas las
precauciones bajando. Parece que el tiempo nos va a respetar, así que me centro
en controlar mis pulsaciones y disfrutar de la carrera. Pasamos por un
recorrido de subes y bajas continuos que va castigando las piernas antes de
afrontar el Izoard. El desfiladero que recorremos antes de empezar a subirlo es
tan espectacular que me planto en 75 kms. casi sin darme cuenta. Y sigue sin
llover.
El Izoard es duro, pero estoy disfrutando tanto que se me
hace muy llevadero. La gente anima sin descanso y hacen que me lo crea. ¡Jaime,
vamos, a tope! Sin embargo llegan las malas noticias: a siete kilómetros de
coronar empieza a llover. Llego a la Casse Déserte, donde mi padre me contaba
cómo Louison Bobet se exhibió en el Tour del 53 y donde decía que los campeones
debían entrar solos. ¡Papá, cómo me
gustaría que estuvieras aquí para verme entrar solo en la Casse Déserte! Dos
kilómetros duros más y el Izoard es historia. Arriba llueve fuerte, paro para
colocarme un periódico y me lanzo. Estamos a casi 2.400 metros de altura así
que hace frío y el agua golpea con fuerza, así que se me empiezan a agarrotar
las piernas. Las rodillas me duelen, no tengo sensibilidad en las manos, voy
tiritando, cuando giro a izquierdas los cuádriceps se me ponen como piedras.
Aprieto los dientes y digo: ¡aquí y ahora, Jaime, aquí y ahora es el momento!
Termina el descenso y salgo de Briancon. Aquí ya no llueve,
graniza. Veo a varios triatletas parados debajo de los tejados de alguna casa,
pero yo no voy a parar. A mí, hoy, me tienen que sacar de la carretera, no he
venido para pararme, no, hoy no. Voy llorando pero no sé si es de dolor, de
emoción ó de rabia.
Quedan tres puertos pero creo que son más asequibles que lo
que llevo. ¡Qué error! El primero sí lo paso bien, pero el segundo es un muro
de dos kilómetros donde me retuerzo. Voy parado. Menos mal que hice caso a
Alix. Sabe de lo que habla, por algo fue 5º aquí en 1991 (el año que ganó Scott
Molina). ¡Gracias Antonio!
Para rematar la gesta empieza a entrar viento en contra en
la vuelta a Embrun y sigue lloviendo. Y
venga repechos, y repechos, y repechos… A la llegada al pueblo, con 180
kms. en las piernas, aún queda el muro de Chalvet, 4-5 kms. durísimos donde
tengo que volver a meter todo. Una bajada muy peligrosa, llena de alcantarillas
y curvas de herradura donde decido tomar todas las precauciones, llevo muy buen
tiempo (7:40, puesto parcial 299) y no me la voy a jugar ahora.
Hago cálculos y veo que puedo bajar de 13 horas si bajo de 4
horas en la maratón. Así que me pongo un ritmo de 5:15-5:30 para tener un
margen cuando me llegue el bajón. El circuito es durísimo con continuos
repechos que rematan las maltrechas
piernas y hacen muy difícil mantener una media aceptable y uniforme. Me vienen
a la cabeza tantos entrenos este año por La Tapia en la Casa de Campo, que sé
que no puedo fallar. Voy cumpliendo el objetivo, pero al paso de la media ya empiezo
a tener que alargar el paseo en los avituallamientos para recuperar algo. Sufro
como un perro. Pero por fin llego de nuevo al lago y sólo me quedan tres
kilómetros. ¡Ya estás, Jaime, ya estás! ¡hasta el final, a tope! Entro en la
recta de meta, allí está Amado (”¡vamos, Jaime, te lo mereces!”), beso mi
anillo (oigo los gritos de Natalia a casi dos mil kilómetros de distancia) y
levanto la mirada al cielo (¡papá, mamá, aquí estoy!). Abro los brazos: LO
CONSEGUI: 12:48:52, puesto 200 (maratón en 3:48:50, puesto 129). Me siento en
la silla de mi box y me dejó llevar por la emoción.
A dos días empiezo a ser consciente de lo que he hecho. Es
un magnífico tiempo que no entraba ni en mis mejores sueños. Aunque cada
carrera, cada año, es diferente, este crono me hubiera colocado el 75 en el
2007 ó el 116 en el 2006. ¡No está nada mal para un globerillo como yo!
Después del ladrillo, paso a saldar mis deudas:
Quiero agradecer este EMBRUNMAN a Natalia, por poner siempre
buena cara a todos mis retos, aunque sea la principal sacrificada de toda esta
locura.
A Carlos Ramírez, por descubrirme esta maravillosa prueba,
por dejarme presumir de que tengo un gran amigo que ya lleva DIEZ EMBRUNMAN y,
sobre todo, por seguir siendo mi maestro de IRONMAN. A sus pies, Don Carlos.
A Angel Amado, por compartir estos días de nervios e ilusión
con tanto cariño. Muy pronto será IRONMAN, ya lo veréis.
Pero siento la necesidad de agradecer este IRONMAN
especialmente a mi padre. Una poliomelitis cuando tenía unos pocos meses de
edad en una España de posguerra con muy poquitos medios le llevó a llevar unas
botas ortopédicas el resto de su vida. No sabía nadar, no podía montar en
bicicleta, nunca pudo correr. Y a pesar de todo eso, o precisamente por todo
eso, me enseñó a amar el DEPORTE, así
con mayúsculas, sin EPOS, sin chupe, sin trampas, el de verdad. Donde quiera
que estés, papá, sé que estás orgulloso de mi.
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